Aquel 1 de diciembre de 1943, en Teherán, los aliados (Churchill, Stalin y F. D. Roosevelt) decidieron que la suerte estaba echada. Habían decidido llevar adelante la operación «Guardaespaldas», el desembarco en Francia, para el mes de mayo del año siguiente, aunque diversos problemas logísticos la retrasaron al 6 de junio de 1944.
Para entonces hacía ya un año que los servicios secretos británicos preparaban la «Operación Fortaleza» que debía engañar a los alemanes y hacerles creer que el que sería conocido como el Día D debería producirse en las playas de Caláis, y no en Normandía.
Pero a partir de la cita de Teherán apenas si quedaban nueve meses para poner todo en marcha. Y no era fácil. En esos meses, los ingleses tenían que acometer el mayor engaño militar de la historia, algo que parecía más que improbable.
Pero los británicos contaban con un hombre inverosímil al frente de aquella gigantesca añagaza, mayor aún que la del Caballo de Troya. Se trataba de Tommy Argyll «Tar» Robertson. Él debía crear la red de agentes que embaucaran al servicio secreto alemán, la Abwehr, y quienes consiguieran que se tragasen no un gazapo, sino cientos y cientos tendidos por la llamada Doble Cruz, un grupo de cinco agentes dobles, que aparte de un valor suicida tenían una imaginación y una lengua imparables.
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