El fin de semana dejo de existir. Y es que los excesos y el bullicio desorbitado me pone los pelos de punta.
El malestar del local, el sudor etílico y el desenfreno por el jubilo transitorio de la quincena.
¡Buaaghh! Síndrome orillero, costumbrismo de botiquín. Así de sencillo.
Pura estática...
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