Aunque son pocos los que aceptan abiertamente su fealdad, hay casos extremos e ineludibles. Rostros, cuerpos, y formas que por simples convenios estéticos universales no calan en los patrones conocidos de la lindura y la belleza globalizada.
Sin embargo, ser feo no siempre es un problema, por el contrario, puede ser el mejor trampolín para alcanzar el reconocimiento público.
Según parece, desde que las cosas son como son, la perfección y proporción, han sido los pasaportes necesarios para tener el mundo a los pies.
Pero los feos ya vienen reclamando sus derechos y las cosas no terminan de ser como parecen. Ser feo es una casualidad.
Cierta loca coincidencia entre los genes que definen la apariencia del ser humano, más el entorno cultural, establecen lo agradable o repugnante del gusto de cada quien.
Aunque vivimos bajo el reino de la imagen, en el fondo, a mucha gente el asunto de la fealdad le parece más bien una cualidad perfecta.
Los bonitos solo tienen el físico, pero los feos poseen simpatía e inteligencia. Casi siempre son dulces, agradables y sobre todo muy graciosos.
El orgullo feo sacude la creencia de que la belleza es en si misma un don. Y ni hablar de lo que puede hacer con el mito del encanto simétrico de los tipos de hermosura.
En el fondo, quizás, la fealdad sea un asunto de conciencia. Los únicos feos son los que creen serlo...
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