A mí lo que me anima a inscribirme en talleres, cursos, seminarios, y hasta licenciaturas y maestrías, es el momento de guindar el diploma en la pared.
Para ello escogí el muro de la casa con mayor visibilidad, decisión subordinada al espacio del que disponga cada quien. Aconsejo la pared del pasillo principal, o la del comedor, junto a la mesa o, para quienes vivan en un apartamento tipo estudio, sobre la poceta en la sala de baño.
Lo importante es no engavetar el logro y que las visitas encuentren sin mucho esfuerzo tanta evidencia de porvenir.
Tras los arreglos preliminares, como lo es la contratación de un hábil marquista más la escogencia de colores en armonía con el mobiliario, se enfrenta un paso crucial: la elección del clavito.
Los negligentes utilizan los de precio baratón, hechos un nudo al primer martillazo, los menos insensibles recurren a los de acero, negritos y cumplidores, aunque proclives a sacarte un ojo si pelas el golpe y el bicho salta hacia un inesperado destino.
Mi caso es ajeno a todas estas vulgaridades ¡Lo mío es el ramplus! Así borro toda duda sobre la firmeza de mi educación.
Eso sí, procuremos no guindar las credenciales a mucha altura, por si se agotan las copias del currículo y toque descolgar la vida del muro para, por enésima vez y renacida esperanza, ir hacia el centro de copiado...
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