Disney se atreve con los desnudos... de animales. Una descocada exhibición de pelos, plumas y piel de elefante que resulta escandaloso únicamente para Judy, la conejita agente de policía a quien las pistas de su primer caso acaban llevando hasta un hippioso club naturista.
Su rubor no hace sino subrayar de manera hilarante el disparate que supone ver animales perfectamente trajeados, y con el cual el cine de animación nos ha hecho comulgar en infinidad de ocasiones.
Las pesquisas detectivescas de la trama avanzan a un ritmo trepidante, transportándonos de una punta a otra de la gran metrópolis que da títulos al filme (y cuya variada arquitectura y climatología da más juego que el rutinario diseño de los personajes; exquisitamente animados, eso sí), mientras subterráneamente despliega una idea no precisamente novedosa pero siempre interesante, la de la conspiración que construye una amenaza mayor (aquí, el regreso de los depredadores a su estado salvaje, agresivo y voraz, que pone en peligro la convivencia entre especies) en aras de conseguir un fin teóricamente benigno pero completamente errado...
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