Hembra única en su especie. Literalmente. Motivo por el que muchos pensaban que era afortunada ya que, sin competencia, nunca le faltaron pitufos que la cortejaran. Para ella, sin embargo, no es tan fácil. Si la vierais hoy, tanto después, quizá tendríais lástima de esta Pitufina en su casa del bosque, enfrentada a solas con su espejo y sus arrugas.
Aún recuerda sus orígenes, como regalo envenenado. Creación del malvado Gargamel, arma de guerra, pensada para sembrar la cizaña en una comunidad, hasta entonces, unida y hermanada. Pero peor aún: mal diseñada. Incapaz de hablar la lengua de los pitufos y fea. Nunca ha olvidado las burlas recibidas. Las críticas por no ser hermosa. No lo suficiente, al menos.
Recuerda a Papá Pitufo, apiadándose de ella al encontrarla por su llanto en el bosque. Cómo usó su magia patriarcal para convertirla en pitufa verdadera. Y desde luego que mucho, mucho más hermosa -para ellos-. Las consecuencias, sin embargo, fueron efectivas para el plan de Gargamel. Es decir, devastadoras. Pitufina fue tan caprichosa como capricho. Dueña y esclava de sus deseos, aceptó el método fácil de satisfacerlos: ser también objeto de deseo. Incapaz de contener sus impulsos de seducción y manipulación terminó por reconocerse fuente de conflicto, de ruptura de la comunidad.
Todos eran más felices sin ella.
Se hizo a un lado. A vivir sola en su casita del bosque, donde se mantendría inocua. Iría al poblado únicamente de visita. Y, cuando la forzaron, declaró que quería ser esposa del único pitufo que la rechazaba. Si no pueden jugar todos, el balón se pincha solo.
Si la vierais hoy, tanto después, en su casa del bosque. Espejo, arrugas y un recuerdo del brillo de sus ojos.
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