
Japón se convierte en un nuevo centro de poder mundial. Su vida política y económica está dominada por los grupos oligarcas, financieros y militares, que mantienen el crecimiento capitalista y la prosperidad económica, el control político y la expansión exterior. Con ello, en el orden interno, desde las bases de un sistema que se considera liberal, se tiende a formar un régimen autoritario, y en el plano externo, a construir un Nuevo Orden en Asia oriental que consagre el poderío japonés (era Showa).