Toda familia o empresa alberga a un representante de este género de hablador, que sin uno pedírselo, habla (o escribe) hasta por los codos sobre temas monstruosamente inútiles. Si llegara a decretarse un día en su honor y los conocidos y familiares se vieran precisados a consentir a este monumento a la vagancia, recuerden que yo muero por las arepitas dulces con anís, el buñuelo con papelón y ando fallo de interiores...
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