Dudo que exista un trabajo más difícil de ejercer con buen talante que el de motivador, ese profesional del optimismo encargado de servirle la mesa a un público hambriento de caldo de pollo para sus almas.
Pero lo que se ha vuelto una sopa es la vida y el esperanzador profesional no solo ha de cumplir la cada vez más exigente tarea de inspirar a terceros, sino también evitar caer él mismo en las garras de la tristeza.
Como todo modelo de triunfo, el motivador profesional ha de permanecer de punta en blanco, no puede andar por ahí con los zapatos sin betún o una arruga en el traje. Y menos dejarse ver con una lágrima en la cara.
Nadie deja sus sueños de regocijo y fortuna a merced de un hombre triste...
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