Todas las mañanas, apenas terminaba de arreglarse para salir, Lucrecia de vil sacaba un billete de su cartera y lo ponía en el bolsillo de su blusa para tenerlo a la mano.
Nerviosa se despedía rápidamente de sus hijos, se montaba en su limusina y le decía al chófer, a la oficina alfredo. Mientras se retocaba el maquillaje.
Cuando llegaba al último semáforo, sacaba el billete y se asomaba por la ventanilla en busca de la señora que siempre pedía por allí. Pero ya no estaba.
Tenía una semana sin verla, eso comenzó a preocuparla. Cada día, Lucrecia de vil repetía la misma rutina con la esperanza de encontrarla. Durante veinte años la había ayudado a cambio de alguna bendición. Pero nada.
Así pasaron un par de semanas más. Lucrecia de vil se quedaba con su billete en las manos, extrañándola.
Desde que había desaparecido, ella era una piltrafa. Se sentía perdedora, le daba vergüenza vivir donde vivía, le parecía una grosería tener un auto de lujo. Comenzó a maltratar a sus hijos, ya no aguantaba a su esposo, menos aún en la cama.
Una mañana cualquiera, después de su usual búsqueda inútil, llegó a la oficina y le llamo la atención que las secretarias estuvieran riéndose y cuchicheando.
Trato de poner orden, la curiosidad le toco y se acercó a averiguar. Después de calmarse, una de las secretarias le mostró una de las páginas del periódico en la que aparecía una octogenaria muerta en una cama destartalada.
Lucrecia de vil se quedo pasmada al reconocer en la foto a su señora pérdida. La embargo una profunda lastima.
Cuando alzó la vista y miro el titular de la foto, casi le da un infarto. Indigente muere sobre un colchón que guardaba millones...
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