Ella era la más regalada de todas, pero no con todo el mundo. Tenía un sexto sentido que le indicaba quien era el mejor ejemplar de cualquier grupo.
Al llegar a un local, apenas le bastaba con una sola vuelta para ubicar lo que quería. Tan solo le tomaba un par de minutos hacer contacto y llevarse el botín.
No le gustaba perder el tiempo. No le gustaba saludar. No le gustaba conversar con nadie. Su rutina nunca le salía mal.
Cada viernes amanecía amoratada y muy satisfecha al lado de una persona distinta que se dejaba despachar sin miramientos, antes de que ella se arreglara para ir al colegio.
Siempre se enorgullecía de su propio talento para escoger gente que fuera buena en la cama y no molestara al día siguiente.
Cuando entraba en el salón de clases, vistiendo un sueter de cuello alto para tapar los morados, sus alumnos la miraban con malicia, a ella le gustaba de que sospecharan algo raro.
Pero todo cambio de la noche a la mañana un jueves cualquiera. Siguió su misma rutina. Se llevo la mejor pieza para su casa, se quito la ropa y se tiro en la cama.
Su amante de turno no la acompañó de una, sino que le anuncio que le tenía una sorpresa muy especial, que cerrará los ojos y se volteara boca abajo.
Intrigada ella obedeció de inmediato esperando un vibrador, un látigo o un simple masaje. La idea la excitaba mucho.
Al día siguiente despertó mucho más adolorida que de costumbre, sola y ya tarde. Sin poder recordar absolutamente nada de lo que había pasado después de la misteriosa oferta de la noche anterior.
Vio que le habían dejado una nota que decía, llama inmediatamente a este número, ambulancia de emergencia. Al otro lado de la línea respondió una voz, mientras ella descubría que su dolor venía de la espalda en donde pudo tocarse una gigantesca sutura quirúrgica.
Por el teléfono escucho a la voz que le anunciaba que su riñón fue vendido por diez mil dólares y le daban las gracias por donarlo...
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