Bruta, y la A se mantuvo un buen rato atrapada entre las paredes de la casa. Que, no me hables así, hazme el favor. Yo soy la culpable, que me dices de ti. Revísate a ti mismo antes de juzgar a los demás. A mi no me estés culpando de nada.
Era la segunda vez que el regresaba de la clínica de rehabilitación. En esta oportunidad hizo un esfuerzo mayor, tardó nueve semanas y media en volver a engancharse con el crack.
La primera crisis la financió con sus ahorros. La segunda con préstamos. En la tercera, se robo la licuadora, la platería, unos dólares y el reproductor del carro de su hermana.
A la cuarta, ya no había nada que robar en la casa. Lo que no estaba bajo llave era por que ya había sido intercambiado por droga. Le explotó la locura.
Agarro un cuchillo, amenazó con matarse. Luego, con matar a la hermana. Ya no soportaba esas escenas, los destruía como familia. Le dio veinte mil bolívares y lo vio partir.
Esta loco y es peligroso, intento matarme. Cómprale un millón en crack para que lo disfrute y se muera, eso es lo que hay que hacer, dejarlo morir. Que se pudra bien lejos.
Con el dinero en el bolsillo, se dirigió ya algo más tranquilo a comprar la droga. Sabía perfectamente que era un adicto y sin remedio.
Su cuerpo, y sobre todo, su mente, simplemente necesitaban crack. Pensaba que no existía ninguna alternativa sería para su adicción.
Diez piedras de crack, pidió y pago gustoso. Ese era el momento que más le agradaba. El ritual de la primera pipa, el mareo siguiente y el palpitar violento del corazón.
Sentir paranoia, sudar, pensar que la policía o los padres lo sacaran de sus demonios era desagradable, pero en comparación, podía percibir el mundo abrirse ante el. Oír, ver oler como no lo hacia en la sobriedad.
Sus demonios alados lo conducían a tierras inimaginables, pero para él ya no existía el retorno...
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