Qué efímera fue su dicha. En 1982, cuando público y crítica le adoraban por el tema Terapia sexual, no supo digerir el éxito y volvió a las andadas. Sucumbió de nuevo. Parecía que atravesaba su mejor momento artístico, pero no era cierto.
Hablamos de Marvin Gaye, al que la cocaína y el alcohol nos arrebató a los melómanos cuando su creatividad estaba de nuevo en la cima del mundo de la música pop tras cinco años de transitar errático.
Se vio obligado a refugiarse en casa de su familia. Y allí encontró la muerte, poco más de un año después, concretamente el 1 de abril de 1984, un día antes de cumplir 45 años.
Fue asesinado por su padre, que en su demencia de excéntrico ministro de una secta que combinaba el judaísmo ortodoxo con el fundamentalismo cristiano, le veía como un demonio. Lo mató de dos tiros después de una discusión.
Cuatro meses antes, él mismo, le había regalado el arma a su progenitor, que nunca aprobó el estilo de vida de su hijo...
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