- El populismo exalta al líder carismático. No hay populismo sin la figura del hombre providencial que resolverá, de una buena vez y para siempre, los problemas del pueblo.
- El populista no sólo usa y abusa de la palabra: se apodera de ella. La palabra es el vehículo específico de su carisma. El populista se siente el intérprete supremo de la verdad general y también la agencia de noticias del pueblo.
- El populismo fabrica la verdad. Los populistas llevan hasta sus últimas consecuencias el proverbio latino “Vox populi, vox dei”. Pero como Dios no se manifiesta todos los días y el pueblo no tiene una sola voz, el gobierno “popular” interpreta la voz del pueblo, eleva esa versión al rango de verdad oficial, y sueña con decretar la verdad única. Como es natural, los populistas abominan de la libertad de expresión. Confunden la crítica con la enemistad militante, por eso buscan desprestigiarla, controlarla, acallarla.
- El populista utiliza de modo discrecional los fondos públicos. No tiene paciencia con las sutilezas de la economía y las finanzas. El erario es su patrimonio privado, que puede utilizar para enriquecerse o para embarcarse en proyectos que considere importantes o gloriosos.
- El populista reparte directamente la riqueza. Lo cual no es criticable en sí mismo, pero el populista no reparte gratis: focaliza su ayuda, la cobra en obediencia.
- El populista alienta el odio de clases. Los populistas latinoamericanos hostigan a “los ricos” (a quienes acusan a menudo de ser “antinacionales”), pero atraen a los “empresarios patrióticos” que apoyan al régimen. El populista no busca por fuerza abolir el mercado: supedita a sus agentes y los manipula a su favor.
- El populista moviliza permanentemente a los grupos sociales. El populismo apela, organiza, enardece a las masas.
- El populismo fustiga por sistema al “enemigo exterior”. Inmune a la crítica y alérgico a la autocrítica, necesitado de señalar chivos expiatorios para los fracasos, el régimen populista (más nacionalista que patriota) requiere desviar la atención interna hacia el adversario de fuera.
- El populismo desprecia el orden legal. Hay en la cultura una desconfianza a las leyes hechas por el hombre y para el hombre. Por eso, una vez en el poder, el caudillo tiende a apoderarse del Congreso e inducir la “justicia directa” (popular), para los efectos prácticos, la justicia es la que el propio líder decreta.
- El populismo mina, domina y, en último término, domestica o cancela las instituciones de la democracia liberal. El populismo abomina de los límites a su poder, los considera aristocráticos, oligárquicos, contrarios a la “voluntad popular”.
¿Por qué renace una y otra vez la mala hierba del populismo? Las razones son diversas y complejas.
En primer lugar, porque sus raíces se hunden en una noción muy antigua de “soberanía popular” , que tuvo una influencia decisiva en las guerras de independencia desde Buenos Aires hasta México.
Y segundo, porque el populismo tiene, por añadidura, una naturaleza perversamente “moderada” o “provisional”.
No termina por ser plenamente dictatorial ni totalitario; por eso alimenta sin cesar la engañosa ilusión de un futuro mejor, enmascara los desastres que provoca, posterga el examen objetivo de sus actos, doblega la crítica, adultera la verdad, adormece, corrompe y degrada el espíritu público...
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