En 2017 no vuelan aún los coches de Blade Runner, ni los humanos se cultivan como en Un mundo feliz, ni los bomberos se dedican a quemar pilas de libros, como en Farenheit 451, pero estamos más cerca que nunca de 1984, la fantasía distópica de George Orwell tan solo 33 años después.
¿Qué describe Orwell en él que resulta tan perturbador? Un estado totalitario posnuclear en el futuro que se parece, en algunos aspectos, al mundo que se va dibujando a trazos.
El protagonista, Winston Smith, trabaja en el ministerio de la Verdad cambiando no los hechos presentes, sino los pasados. Se modifican los viejos titulares y los recuerdos para así manipular a la población, que bebe un brebaje infecto llamado ginebra de la Victoria.
Por encima de él siempre se sitúa el Gran Hermano, el guardián de la sociedad y el juez supremo que todo lo ve sin descanso en cámaras repartidas entre las calles, las casas y los lugares de trabajo. Londres, la ciudad oscura donde el autor desarrolla esta ficción, es bombardeada sin que se sepa quién ni dónde se tiran las bombas.
Un lema se repite en los carteles del régimen de partido único: «Guerra es Paz, Libertad es Esclavitud, Ignorancia es Fuerza».
El país en el que vive el protagonista se denomina Franja Aérea número 11, forma parte de Eurasia y está en guerra con Oceanía, aunque las alianzas cambian continuamente para comenzar otro conflicto con Asia oriental. Cuando esto sucede, Winston y sus compañeros tienen que cambiar todos los titulares referentes al enemigo y convertirlo en aliado.
Así se reescribe el pasado y se fabrica la posverdad, la nueva palabra de moda. Hoy sucede algo parecido, reconfigura con descaro las amistades de los países...
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