Peggy abandono los muppets, se había casado y divorciado con miembros del elenco y tenido un hijo con cada uno. Cuatro matrimonios, cuatro hijos, cuatro divorcios.
Ninguno de sus ex-maridos le pasaba dinero. Tenia que trabajar en tres lugares diferentes para redondearse una entrada que le permitiera sobrevivir. No le quedaba ni para comprarse una pantaleta.
De lunes a viernes salia a las 6:30 am y regresaba después de las 11 pm, atormentada y consumida. Muy de mala gana, los diferentes abuelos recogían a los niños en el colegio. Veían televisión para luego ser depositados en el apartamento de Peggy. Allí quedaban solos hasta que ella regresaba.
Cuando Peggy llegaba, ni les daba un beso a sus hijos. Ya estaban acostados siempre. Se servia un trago y maldecía su suerte.
Los fines de semana Peggy se la pasaba deprimida, durmiendo para recuperar fuerzas. En el fondo, a Peggy, no le gustaban sus hijos, le recordaban sus fracasos.
Una vez al mes, Peggy se daba un lujo. Almorzaba en una conocida cadena de comida rapida especializada en pollos.
Un día mordió una pieza que le supo raro. Se la saco de la boca y la miro con atención. Escruto fijamente su plato. Su suerte cambio a partir de ese momento.
No eran alitas de pollo. Eran dedos humanos...
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