Cientos de parejas aguardan su turno. Da gusto verlas porque no son comunes. Es evidente que se aman. Y no porque vayan de la mano o se miren con ternura, sino porque sería absurdo estar de pie tantas horas si no portasen las pruebas que acreditan su mutuo amor
El letrero, donde inicia la fila, anuncia: “Pago 20 gramos de oro por cada mariposa de amor”.
Se sabe que el método es indoloro, sin sabor ni olor y que cada estómago enamorado puede tener entre 10 y 15 especímenes. Además, el intervenido puede generar nuevas mariposas una semana después de haber entregado las que tenía.
Pero existe un inconveniente. Con frecuencia, sólo uno de la pareja las tiene, y así queda demostrado que su amor no es correspondido.
¡El drama es inevitable!
Los detractores de mi persona, por ser el inventor del aparato para cazarlas, me tildan de “anti-romántico”. Unos, porque le he puesto precio a los sentimientos más nobles. Otros, por llevar al abismo a tantas parejas correctamente unidas.
Lo peor de todo, según mis críticos, y es lo que más me cuestionan, es cuando los amantes son esposos y hay hijos de por medio.
Por cierto, no los he visto a ustedes en la cola para dar sus mariposas, o será que no quieren arriesgarse….
Fuente: Este cuento es parte del libro ilustrado Fragmentos de un padre, de Rafael R. Valcárcel