La idea de que un asalto se realice con tijeras, a plena luz del día y en la vía pública, tiene ya algo de extraño lirismo, de absurdo fantasioso. Está más cerca de la filmografía del viejo oeste norteamericano que de la cruda crónica roja latinoamericana...
Tiene un no sé qué de dama en diligencia, sorprendida por cuatreros asaltantes, que de pronto pierde la inocencia de una larga cabellera, tan cuidada y tan pulida, con buen champú y noble enjuague, durante tantos y tantos años...
¿Qué puede hacer una víctima después de algo así? ¿Acaso comienza a recorrer, de manera obsesiva, una a una, todas las tiendas de pelucas de la ciudad? ¿Es posible reconocer tu propio pelo trabucado en simples extensiones y puesto a la venta, sin ninguna piedad, en cualquier vitrina? ¿Hasta dónde puede llegar la terquedad capilar femenina? ¿Qué es capaz de hacer una mujer por su cabello?..
Todo esto, sin duda, sigue siendo literario...