Invictus

Clint Eastwood lo ha hecho de nuevo, conmoverlo a uno no sólo mientras dura su película, sino por varias semanas.

Invictus queda flotando dentro de uno, generando preguntas. Es una película que te desacomoda, que te muestra con claridad inusitada el tamaño de los problemas de los otros y, en este caso, el tamaño de la gente y de las soluciones que encontraron para enfrentarse a ellos. El tamaño de una hazaña, de una voluntad. 

La historia que cuenta es casi increíble. Tiene lo que parece que fueran milagros, tiene héroes gigantescos, tiene personas comunes que protagonizan eventos extraordinarios. Tiene una situación de partida que parece irresoluble y un final inevitablemente emocionante.

Y lo mejor de todo es que esta historia es real. Fue recogida en un libro reportaje por el periodista inglés John Carlin (que ha visitado varias veces Venezuela) y adaptada ahora por el maestro estadounidense de los ojos entornados. 

Ocurrió en Sudáfrica, en la década pasada, cuando la nación más próspera de África inició el difícil proceso para desembarazarse del horror de la segregación racial. Nelson Mandela, interpretado por el gran Morgan Freeman, asume la presidencia luego de haber pasado 27 años en la cárcel, en trabajos forzados. 

En vez de iniciar una enorme venganza, se enfrenta hasta a su propia gente para demostrar que tiene que ser el mandatario de todos los sudafricanos, incluyendo los blancos.

Explica que, sin ellos, el país no puede salir adelante. Que hay que dejar el pasado atrás y ponerse de acuerdo, conocerse mejor y unirse para el progreso de todos.