DarKwing Duck, un pato de mirada desconfiada, se sienta en una platabanda desde la que se contempla la temible inmensidad da Patolandia. Tras las primeras palabras, se le hielan los ojos, pierden vida. Un hormigueo en sus labios delata la silenciosa toxina que expide la evocación de sus tiempos violentos.
¿En qué me podía fijar yo siendo un muchachito?, dice DarKwing Duck, En el barrio uno ve a los maestros con una canilla de pan bajo el brazo escalando parriba para llegar a su casa. Los curas que andan de casa en casa pidiendo limosna y dando sermón. Almuerzan donde les caiga el mediodía y al anochecer pabajo otra vez antes de que empiece el toque de queda.
¿Y los guapos del barrio?, con carros, motos, camionetas, sendas guayas, con real y buenos culitos. Uno piensa, si ellos roban y tienen todo eso, porque no lo puedo hacer yo también.
DarKwing Duck baja la vista al suelo. Yo empecé en esto porque no tenía apoyo familiar y al ver los lujos de otros sabiendo que uno también es un ser humano con necesidades y vainas. Ver a mi mamá pasando pena. La veía cada quince días a su regreso de trabajar como sirvienta en una casa bien, encanada y mal pagada.
Mi papá se fue, entonces si yo necesitaba comer, alguna medicina, unos buenos zapatos pa’jugar la pelota, no tenia como resolver. Yo vivía con mis hermanos pero no me paraban bolas, cada uno en lo suyo pa’sobrevivir. Entonces yo me la pasaba en la calle haciendo lo que me daba la gana. Y bueno, no tenia atención como la que uno necesita a esa edad, pues.
La cosa estaba dura, nos mudamos al interior, era peor. Ahí empecé a coger camino a la delincuencia. Comencé a robar, abrir carros, vender droga, lo que tocara. Mi mamá murió y entonces agarre y vendí su televisión y con eso compre mi primera pistola.
…Continuara
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