Original de Lorenzo Ascanio Iturriza (colaborador invitado)
¿Cuántas vueltas le dimos al mundo mi rey Arturo? ¿Cuántas noches pasamos en vela para llegar, a dónde creíamos, estaba nuestro destino? ¿Cuántos cadáveres de amigos y enemigos dejamos atrás, para lograr lo que somos ahora? No lo valió. Mi señor Arturo. No lo valió.
Salimos juntos a buscar la esperanza, andamos mil años tratando de hallar prosperidad, pero de nuestras manos solo se vertía muerte. No me mires así, no creas que por lo que digo estoy negando las sonrisas que pudimos observar, también los cantos que creamos y escuchamos, de ninfas hermosas y almas felices. Pero, yo ya no puedo con este ritmo, mi piel ya no es la misma luego de bailar tanto tiempo al compás de ésta lúgubre sonata de sueños rotos.
¿Recuerdas cómo empezó? ¿El día en que nos conocimos mi rey Arturo? Yo si. Cada detalle de estos mil años, los tengo grabados en fuego.
Eras joven, tonto, hermoso. Bastó que ese viejo truculento te diese un sueño el cual perseguir. Cuándo te me acercaste por primera vez, juro que esperaba la más mínima señal, ante la cual pudiese rechazarte y huir.
Pero en el momento en que me extendiste tu mano, no lo hiciste con orgullo. Tenías miedo, temblabas de pies a cabeza, me compadecí de ti, pues veía mi propio miedo reflejado en tus gestos, así que tomé tu mano con firmeza.
Otra cosa que siempre viene a mi mente, es tu hijo. Lo hicisteis a un lado, para que no sufriera con nuestra campaña, pero solo empeoraste las cosas, nunca me escuchabas, tu terquedad, a veces, nos ha conducido a los peores escenarios. Todos estos años me he preguntado cómo se encontrará, el pobre de…
¿No quieres que diga su nombre? Está bien, creo que no necesitas más pesares.
¿Te acuerdas de la vez que conquistamos a aquella bestia? Fue la vez en la que más sentí desconocerte, mi rey, te abalanzaste sobre la criatura como si luchases con un igual, la asesinaste sin piedad, no sentí tanta repugnancia como cuando me mostraste su cadáver, me empapaste en su sangre, yo no quería, pero así sucedió.
No te enojes… Ahora me dices que me calle, pero no lo haré, es la segunda oportunidad que tengo de que me escuches atentamente, y no pienso desperdiciarla. Hay muchas cosas que quiero reprocharte, rey Arturo.
Abandonamos la ciudad a su suerte, por eso hemos sido dejados de lado como seres que quizás nunca pasaron, en el trayecto, convertiste a tus compañeros en una carga y los fuiste dejando por el camino, sin darles razones, rompiste tu promesa con aquella hermosa mujer, le aseguraste que volverías y no lo hiciste, despreciaste a tu hijo, pensando que así lo protegerías y ya no sabes qué es de él.
Todo para buscar una basura que no hizo más que llenarnos de miseria. No llores, eso no te servirá de nada. Haz hecho muchas cosas malas, pero la peor de todas fue cuando me trataste de aquella manera tan cruel. Te supliqué mil veces que pararas, asesinaste a cientos en combate, no me escuchaste en ningún momento, tampoco me soltaste en ningún momento.
La única justificación que me diste, fue que si no lo hacías, todo se habría perdido ¡Pero te volviste a equivocar! ¡Todo estaba perdido desde el día en que iniciamos esta inútil búsqueda! ¡Y ahora míranos! Estamos a merced del destino, en la más desolada de las historias.
No te molestes conmigo, creo que es la primera vez en mucho tiempo que te veo siquiera esbozar alguna mueca, prefiero ver tu rostro convaleciente de tristeza por mis afilados relatos, a seguir tolerando esa indiferencia que ahora vive en ti desde el ocaso de nuestra historia.
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