Los muchachos de hoy en día no tiene la menor idea del trabajo que se pasaba hace años para disfrutar de las mieles de la pornografía... Eso sí era un proceso.
¡Bienaventurados quienes tuvieran un hermano mayor en cuyas cajas de zapatos habitaba un harén de ninfas suecas!
En aquel entonces no existían los canales bribonzuelos de la televisión por cable, mientras a las pocas salas de cine consagradas a este género las cubría un manto de historias espeluznantes.
Superado el miedo a que un conocido anduviera en la vídeo tienda alquilando “Garganta Profunda”, sobre el último estante, tras pasar de largo a Diane Keaton y a Marlee Matlin, esperaba Ginger Lynn o una apolillada copia de los retozos de Linda Lovelace.
Fuimos pioneros del peer-to-peer y con los amigos de la escuela intercambiábamos aquellas cintas de parlamentos que iban al grano -“Yeah! Oh, yeah!”- y, felizmente, desprovistas de moraleja.
Recordar la toallita de mano, eso sí es un recurso imperecedero...
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